NACIONALISMO ECÓNOMICO EN AMÉRICA LATINA
“Los ensayos de industrialización en Iberoamérica, o al menos en los países más desarrollados, comenzaron tímidamente a principios de siglo, se reforzaron en los años treinta y alcanzaron sus máximos logros después de la II Guerra Mundial. Conforme se contraían los mercados internacionales, la respuesta fue intensificar un tipo de industrialización denominado de sustitución de importaciones, centrado en el sector de bienes de consumo.
Progresivamente, la industrialización entroncó con las teorías de la dependencia, muy en boga a partir de 1945. Estas teorías atribuían el atraso económico de Iberoamérica a causas exógenas, es decir, a la dependencia y subordinación de estos países a los principales centros capitalistas internacionales, que tenían la última decisión en cuestiones de compras o de precios. Según estos teóricos, de ahí se derivaba un intercambio desigual que se traducía en el mayor aumento de los precios de los productos industriales, en comparación con los agrarios, y de las materias primas. La conclusión era obvia: cualquier país que basara su economía en las exportaciones agrarias o mineras se empobrecería y acentuaría su subdesarrollo. Por tanto, la única solución residía en el sostenimiento de una política industrializadora que potenciase los mercados internos y que incluyera algún tipo de reforma agraria, no en el sentido social del término, sino para introducir con más vigor el capitalismo en el campo. […]
Se trataba de políticas industrializadoras promovidas por el Estado, que se convirtió en su principal agente financiador junto con el capital extranjero. Con ello se lograba una industrialización subsidiaria, protegida por aranceles muy elevados, lo que ha llevado a algunos historiadores a hablar de nacionalismo económico y de políticas autárquicas. A largo plazo, ningún país iberoamericano consiguió crear un tejido industrial consistente. Los empresarios del sector, más que buscar el beneficio en una mayor competitividad, procuraban aumentar las subvenciones estatales. En estas condiciones, las exportaciones de productos industriales fueron muy reducidas. Sólo Brasil y México encontraron alguna salida en los mercados internacionales.
Los historiadores económicos insisten en que estos nacionalismos industrializados aumentaron los desequilibrios económicos por razones tales como que generaron fuertes tensiones inflacionistas, ya que el incremento de los gastos estatales se compensó con la emisión de moneda; absorbieron recursos del sector exportador, que tuvo dificultades para modernizarse; incrementaron los déficits de las balanzas de pagos o favorecieron el endeudamiento exterior.
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Muchos círculos intelectuales de Iberoamérica se plantearon como alternativa al subdesarrollo económico la construcción del socialismo. Profundizando en las teorías de la dependencia insistían en que las salidas capitalistas al subdesarrollo habían demostrado históricamente su fracaso; como solución preferían un socialismo. Un socialismo al que se llegaría por el camino revolucionario, a imagen y semejanza de Cuba, o a través de sucesivas reformas. […]
La crisis económica internacional de los años setenta afectó profundamente a los países iberoamericanos no productores de petróleo. Otros países productores de petróleo, como México o Venezuela, que en teoría debían haber salido beneficiados, acabaron gastando los recursos obtenidos por las ventas de petróleo sin que sus estructuras económicas se modernizaran de forma significativa. La corrupción de las elites políticas y económicas y la especulación complicaron el panorama. Los Estados se endeudaron masivamente hasta llegar a una situación insostenible, en la que no podían pagar los intereses de la deuda y mucho menos hacer frente a su amortización. El bloqueo económico fue total.
Durante la década de los ochenta, el crecimiento económico per cápita fue negativo en toda Iberoamérica, con un sacrificio social enorme para los trabajadores asalariados y las clases medias.
Los años noventa contemplan nuevas políticas económicas. Por influencia del Fondo Monetario Internacional se han generalizado las políticas denominadas de ajuste y neoliberales, que a corto plazo tienen un coste social considerable. Por un lado, tienden a la disminución radical del gasto público; por otro, a la reducción de la presencia del Estado en la vida económica. Son políticas opuestas a los nacionalismos económicos anteriores y pretenden la construcción de economías más abiertas a los mercados internacionales y más relacionadas entre sí. Este punto ha llevado a la creación de marcos regionales de integración.
En esta línea se sitúan el Acuerdo de Libre Comercio entre México, Estados Unidos y Canadá, y el Mercado Común del Sur entre Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay, ampliable a otros países de la zona.”
Villares, R., Bahamonde, A., El mundo contemporáneo. Del siglo XX al XXI, Taurus, España, pp. 474-478