LA REVOLUCIÓN NICARAGÜENSE
“Al finalizar la Segunda Guerra Mundial pareció abrirse una nueva época. La caída de Ubico[1] y de Hernández Martínez[2], en 1944, fue el primer signo de los tiempos nuevos. Los precios del café subieron considerablemente, y se mantuvieron así durante toda la década de 1950, lo cual aseguró una holgada prosperidad económica en el mundo de la posguerra.
[…] Profesores y estudiantes universitarios, funcionarios públicos, algunas capas profesionales, pequeños comerciantes y artesanos urbanos, y ciertos oficiales de los ejércitos profesionales, coincidieron que en diversos proyectos reformistas. El programa básico se puede resumir con facilidad. En el campo social, la lucha por la seguridad social, el derecho de sindicalización y la adopción de un código de trabajo. En el plano económico, las reivindicaciones incluían un cierto control estatal de los bancos y el crédito, planes de reforma o transformación agraria, y una política de diversificación económica. En lo político, se clamaba por el respeto a la constitución y el sufragio, y la vigencia de la democracia representativa. Ciertas reivindicaciones nacionalistas, como el control fiscal de las compañías bananeras, completaban ese cuadro programático.
El éxito o fracaso de los planes reformistas dependió fundamentalmente de tres factores. Primero, la capacidad de reacción de las clases dominantes, que tendieron a ver cualquier concesión como el principio de una cadena que terminaría en la revolución social, y que, en el ambiente propicio de la guerra fría, acudieron a la ideología anticomunista para cerrar filas y calificar de rojas aun las reformas más timoratas. Segundo la importancia de los sectores medios, sus posibilidades de expresión política y su capacidad de captar un apoyo social más amplio. Tercero, el contexto internacional, y en particular la política norteamericana, siempre dispuesta a sacrificar cualquier declaración de buenas intenciones en aras de la defensa de intereses estratégicos.
[…] Las clases dominantes terminaron aceptando, luego de un período de luchas y conflictos, un conjunto de cambios como signos de los tiempos nuevos. Pero ello significó más una adopción formal que verdaderas modificaciones en las relaciones de clase. Así ocurrió con el frecuente incumplimiento de la legislación laboral, el funcionamiento del seguro social o el manejo clasista de los créditos bancarios.
De todos modos, la existencia formal de leyes e instituciones, que respondían en gran parte a verdaderas necesidades e intereses populares, fue importante como bandera de lucha de sindicatos y partidos políticos, y contribuyó positivamente a la movilización política y las tomas de conciencia colectiva. En otros términos, para las clases desposeídas se abrió un espacio de reivindicaciones sociales y políticas que podía ser considerablemente ampliado, y que conducía ineluctablemente, a formas más avanzadas de la lucha social.
[…]
Entre octubre de 1944 y junio de 1954 Guatemala vivió casi diez años de esperanzada efervescencia social. Juan José Arévalo, un educador y filósofo que predicaba un «socialismo espiritual», fue electo presidente en 1945 por un amplio frente político, logrando el 85 por 100 de los votos. Su gobierno estableció el Seguro Social (1946), fundó el Instituto Indigenista, desarrolló programas de salud, emitió el Código de Trabajo (1947) y creó una corporación gubernamental de desarrollo (1948). La nueva organización laboral y la proliferación de organizaciones sindicales provocaron choques con la United Fruit Company en 1948 y 1949. Y llenaron de intranquilidad a los terratenientes caficultores. Aunque la movilización de las comunidades indígenas fue escasa, la ley agraria de 1949 permitió el acceso a la tierra a algunos campesinos desposeídos, gracias a que el gobierno disponía de las fincas expropiadas a los alemanes en el curso de la Segunda Guerra Mundial.
Arévalo tuvo que hacer frente a 25 conatos de golpe militar, y a una insidiosa campaña de prensa dentro y fuera de Guatemala. La escena política se oscureció todavía más después del misterioso asesinato del Jefe del Ejército, coronel Arana, en 1949. Conocido por sus ideas conservadoras y sospechoso para muchos de maquinaciones golpistas, con él, perdieron los sectores conservadores el mejor candidato para las elecciones siguientes.
El coronel Jacobo Arbenz Guzmán sucedió a Arévalo en la presidencia en 1951. La situación interna tendió a polarizarse con una reacción más organizada por parte de los terratenientes y una presencia evidente de sindicalistas y dirigentes del recién organizado Partido Comunista de Guatemala (1949). Pero los conflictos sólo amenazaron la estabilidad del régimen cuando Arbenz promulgó una ley de Reforma Agraria, en junio de 1952, dirigida contra las grandes propiedades (de más de 90 hectáreas), y en especial las tierras ociosas.
Pronto afectó los cuantiosos intereses de la United Fruit Company, producto en gran parte de jugosas concesiones obtenidas durante las dictaduras de Estrada Cabrera y Ubico.
La compañía argumentaba que las tierras en descanso (el 85 por 100 del total poseído por ella en 1953 estaba en esta situación), en el oeste de Guatemala, eran una salvaguardia contra plagas y enfermedades del banano. El gobierno, […] las consideraba vitales para un programa de fomento de la producción de alimentos básicos, y procedió a expropiarlas, de acuerdo con el valor fiscal declarado por la United Fruit Company (algo más de 600.000 dólares). La compañía sostuvo que el verdadero valor superaba los 15 millones de dólares y acudió al Gobierno de Washington. Se configuraron así las fuerzas de una lucha desigual e injusta. La propaganda norteamericana quiso hacer creer que Guatemala se estaba convirtiendo en un satélite soviético […] El arzobispo de Guatemala llamó a la rebelión contra los «comunistas» en el mes de abril y Arbenz compró armas en Checoslovaquia. La CIA fue autorizada a organizar la operación «PBSUCCESS», que consistió en una invasión desde Honduras, encabezada por dos militares guatemaltecos exiliados y una efectiva campaña propagandística que logró sembrar el desconcierto en la población y el gobierno.
Arbenz renunció a la presidencia el 27 de junio de 1954; el ejército optó por no resistir a la invasión, mientras que los sindicatos y algunos partidos políticos, si bien tenían una mayor voluntad de oposición, carecían de armas y organización adecuadas. La violencia sustituyó al juego político y el poder efectivo pasó entonces a manos militares”.
Pérez Brignoli, Héctor, Breve historia de Centroamérica, Editorial Alianza, España, 1985, pp. 132-136