LA «REVOLUCIÓN CULTURAL» CHINA
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Su instrumento principal de difusión fue el libro de Citas del presidente Mao Zedong, el «libro rojo» del que se publicaron 350 millones de ejemplares y que se convirtió en una especie de breviario del pensamiento ortodoxo.
Convencido de que la Rusia postestalinista marchaba de vuelta hacia el capitalismo, y perdidas las esperanzas en el movimiento comunista mundial, Mao quería mantener viva la revolución luchando contra la degeneración burocrática del socialismo. Recurría, para ello, a los jóvenes con consignas como «Sublevarse está justificado» y «Derribad todo lo viejo», pensando que eran los mejores auxiliares que podía encontrar para enfrentarse al aburguesamiento del partido. Los carteles colgados por todas partes iban a convertirse en uno de los elementos definidores de la espontaneidad del nuevo movimiento.
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Mientras tanto los guardias rojos formaban las guerrillas que iban a conmocionar el país con el propósito de combatir la vieja cultura y las viejas costumbres, esperando con ello mantener una revolución permanente e impedir el «neocapitalismo». Una guerrilla que atacó a intelectuales y profesores, sometiéndolos a humillaciones públicas y a palizas, o asesinándolos, y que dejó tras de sí millares de muertos.
Mao había dicho que la revolución «es un acto de violencia con el que una clase derriba a otra», y Lin Biao les pedía a los jóvenes que combatiesen los cuatro «viejos»: «viejo pensamiento, vieja cultura, viejas costumbres y viejas prácticas». Al propio tiempo el ministro de Seguridad indicaba a la policía que dejase hacer a los guardias rojos y simpatizase con ellos, incluso si llegaban a causar muertes. Los estudiantes destruían todo lo que siempre habían sentido que estaba por encima de ellos, con el fin de construir un mundo nuevo desde sus mismos fundamentos.
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Una de las consecuencias más trascendentales de la lucha contra el viejo orden había sido la creación de comités rebeldes que reemplazaban a los existentes. Algo que podía conducir a una situación incontrolable en que las iniciativas se tomasen a partir de unas directrices fijadas por las masas. Los viejos miembros del partido y los dirigentes del ejército pensaban que se había ido demasiado lejos y que era necesario detenerse, si no querían verse desplazados por nuevos órganos de poder surgidos desde abajo.
Mao no tomó ninguna medida para frenar la radicalización hasta que estuvo convencido de que toda la vieja estructura de los mandos del ejército y del partido había sido desarticulada. La forma de poner fin a la escalada del proceso revolucionario fue, por una parte, acusar a un pequeño grupo de ultraizquierdistas de los abusos cometidos y, por otra, frenar las propuestas de depuración del ejército. Así comenzó una nueva orgía de detenciones y persecuciones en que ahora les tocaba el turno de víctimas a una parte de los propios revolucionarios.
Lo cual no significa que Mao pensase que la revolución cultural había fracasado. Por el contrario, consideraba que había alcanzado los objetivos que perseguía, y que posiblemente convendría repetirla en otras ocasiones para renovar el impulso revolucionario y evitar la degeneración burguesa; pero pensaba también que en esta ocasión había llegado el momento de hacer una pausa.
Se trataba ahora de formar comités revolucionarios en que conviviesen los representantes del ejército, los cuadros revolucionarios y las masas, lo cual, dado el debilitamiento que habían sufrido los cuadros del partido, iba a dar un papel preponderante a los militares. La nueva consigna era la de acabar las luchas y formar alianzas. En octubre de 1967 se ordenaba que se iniciasen de nuevo las actividades de enseñanza, que habían permanecido suspendidas cerca de año y medio. En diciembre de 1968 se publicó una directiva de Mao que ordenaba que los estudiantes marchasen a reeducarse en el campo, una decisión que iba a afectar, desde este momento hasta 1980, a diecisiete millones de estudiantes, expulsados de las ciudades para proseguir su educación por el trabajo en los campos y en las fábricas.
[…] Deng Xiaoping, a quien parece ser que Mao reservaba para el futuro, hubo de sufrir todo tipo de humillaciones, antes de ser enviado a hacer «trabajos correctivos» en el interior del país.
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Era la hora de la pacificación y de poner fin a las persecuciones. El «gran desorden bajo el cielo», basado en una movilización de las masas, y en especial de los jóvenes, había creado las condiciones que permitirían construir un nuevo «gran orden bajo el cielo». Fue Zhou Enlai, siguiendo las órdenes de Mao, quien se encargó de iniciar el proceso de pacificación y aprovechó las circunstancias para calmar el clima revolucionario, devolver la libertad a muchos cuadros perseguidos y marginados, y recuperar la normalidad en el terreno de las relaciones internacionales, donde en 1972 se iba a producir el gran viraje de la aproximación a Estados Unidos, con motivo de la visita de Nixon.”
Fontana, Josep, El siglo de la revolución. Una historia del mundo desde 1947, Editorial Planeta, 2017, pp. 463-468