LA "PRIMAVERA DE PRAGA"
“La desaparición de Stalin y las acusaciones hechas por Kruschev contra su antecesor representarán una nueva oportunidad. Un movimiento de intelectuales, artistas y políticos descontentos empezó lentamente a exigir rehabilitaciones y pluralismo, hasta que, adquiriendo forma de plataforma cultural, pudo aprovecharse un congreso de escritores en 1967 para denunciar a pecho abierto la agestión del secretario del partido y presidente de la República, Antonín Novotny, al sucesor de Gottwald, y los resabios estalinistas de su Gobiernos. Mientras arrecia la marea contestaria, los estudiantes, como en París, dan el primer paso en los enfrentamientos callejeros, que son reprimidos con dureza por la policía del régimen al comienzo del otoño. Sin embargo, el ansia de libertad había calado y de la calle saltó a los disconformes en el seno del partido. A principios de 968, el Comité Central del Partido Comunista Checo decide la sustitución, como secretario, de Novotny, al que los nuevos aires moscovitas, tras la salida de Kruschev cuatro años antes, tampoco sostienen.
Casi sin pretenderlo, Alexander Dubcek se convirtió pronto, al frente del partido, en el representante de un período de reformas, discusión y diálogo, al que la tolerancia y el reblandecimiento de la censura dan especial color. Los jóvenes que no habían conocido la guerra, pero vivían desde hacía veinte años lastrados por la gestión comunista abrazaron con entusiasmo el nuevo talante oficial. La primavera política despuntó en pleno invierno y a ella se incorporó el movimiento ciudadano con sus mejores armas críticas y reivindicativas. En pleno fervor progresista, un programa aprobado por el Comité Central, con apelaciones al socialismo de rostro humano”, adquiere popularidad por su condición de primer manifiesto redactado al margen del Kremlin y de precedente de oro de futuras corrientes reformadoras del bloque y la propia Unión soviética.
Los reformistas del 68 no pretendían disolver el partido, aniquilar el socialismo, recuperar la propiedad privada o salirse de la órbita del Pacto de Varsovia. Según la letra del programa de Praga, el objetivo consistía en aligerar el peso totalitario de un socialismo heredado de la guerra y del estalinismo, con el fi de dar entrada a los trabajadores, a los intelectuales, a los consumidores y a las nuevas generaciones. Era también un ataque al monopolio burocrático de algunas familias del partido y del sindicato, con la perspectiva de elecciones directas, reconocimiento de la huelga o la constitución de consejos obreros autogestionarios. En el Partico Comunista Checo, los reformistas llegaron a ser mayoría, y pretendieron abrir una vía hacia el socialismo democrático propia, nacional y distinta de la copia emitida por Moscú. Este había sido uno de los forcejeos constantes en el bloque oriental europeo, desde que Tito lo intentara. Pero, de forma distinta a la que propuso Tito en los años cuarenta y los húngaros en los cincuenta, el comunismo checo se inspiraba en el proceso de desestalinización, iniciado en la propia URSS en 1956, que tantas repercusiones había tenido en el movimiento comunista mundial. La definición de este socialismo democrático incluía un sistema electoral, un modelo de consejos obreros y algunas libertades culturales o religiosas, demasiado indigestas para la pesada maquinaria del Kremlin. Tanto más cuanto que Dubceck anunció la supresión de la censura y la Iglesia católica aprovechó los nuevos aires para reclamar la libertad religiosa.
Aquella opción aperturista constituía un ataque en toda regla contra las posiciones sustentadas por todas las burocracias comunistas europeas. Proponía descentralizar el Estado y poner en manos de los ciudadanos algunas de sus virtualidades políticas. El reconocimiento, siquiera formal, de la pluralidad política, las garantías para una mayor libertad de expresión o la defensa de una democracia representativa, como elemento inherente a las necesidades del momento, fueron apreciadas por los servicios de propaganda de Moscú como un intento evolucionista amparado en las apetencias de la burguesía y el capitalismo internacional.
Pese a los esfuerzos personales de Dubceck y los suyos por convencer al Kremlin o a los miembros del Pacto de Varsovia de los supuestos beneficios que representaba su programa, los temores de una posible revolución liberal en Checoslovaquia, junto a las presiones de los sectores más conservadores del propio comunismo checo, terminaron por hacer imposible la primera de Praga. Para agosto de 1968, ante la convocatoria de un congreso-debate, tropas soviéticas, con refuerzos de Alemania oriental, Polonia y otros países del bloque comunista, entraban en Checoslovaquia con el pretexto de detener la “contrarrevolución” y sin que el ejército o la población opusieran resistencia alguna. Son arrestados Dubceck y otros miembros reformistas, el congreso prohibido y las calles de Praga ocupadas por aparatosos tanques de los que emergen asustados soldados recibidos con insultos y piedras.
Bajo la tensa mirada de la OTAN y Estados Unidos y con la expectación de todos, los generales del Pacto de Varsovia tuvieron que dejar paso a las soluciones políticas. Los dirigentes checos corrieron mejor suerte que sus antecesores magiares de 1956, ninguno desapareció y muchos de ellos, en cambio, sería obligados a seguir ocupándose de sus labores políticas, aunque con unas pretensiones muy diferentes. Un terrible suceso, no obstante, conmovió al mundo: el estudiante Jan Pallach, protestando por la tragedia política del país y simbolizando la frustración de sus compatriotas, se quemaba vivo en el centro de Praga.
Agotada la primavera checa, el conflicto se resolvió con la retirada del programa de reformas y un traspaso de poderes lento y poco dramático, rematado con la expulsión de Dubceck del partido en 1970. Tras un breve lapso como embajador en Estambul, dimitirá para confinarse en una larga espera, resuelta diez años después con su regreso triunfa la nueva Checoslovaquia, en la que ocupará la presidencia del Parlamento. La primavera de Praga se había convertido en el destello efímero de un socialismo humano que siempre se tuvo que poner a la cola de los permisos del Kremlin. Primero Tito en Yugoslavia, luego los intentos de los trabajadores en la RDA, después los revolucionarios húngaros del 56, tras ellos los reformistas checos y finamente la protesta polaca al sistema que empezó siendo sindical y terminó abriendo las venas de un socialismo destinado a desaparecer por su incapacidad para cumplir promesas y profecías.
El 68 de Praga fue también una advertencia seria para el hierro estalinista, que de la mano de la de la doctrina Breznev creyó posible un nuevo espacio de dependencia en el este de Europa. Una primavera con final de invierno, que sirvió para dividir un poco más a los hermanos comunistas y para avergonzar a los compañeros de viaje del resto del mundo, anunciando al mismo tiempo el desprestigio definitivo de la dictadura del partido”.
García de Cortázar, F., Breve historia del siglo XX, Galaxia Gutemberg, España, 1999, pp. 406-409