LA PINTURA EXPRESIONISTA EN LA SEGUNDA POSGUERRA
Pollock realizó entre 1947 y 1951 una serie de cuadro en los que dejó de emplear del pincel, sustituyéndolo por el goteo incontrolado de la pintura sobre el lienzo. En estas obras concede especial protagonismo al proceso de creación, al acto emocional, vital e incluso físico durante el que se construye la obra. En su estado puro, la action painting es una performance llevada a cabo con materiales y procedimientos pictóricos, y el cuadro, un residuo de este acto. Los artistas estadounidenses que desde mediados de los cincuenta comenzaron a realizar happenings, como R. Rauschenberg, J. Dine, A. Kaprow, J. Cage o M. Cunningham, son unánimes en proclamar la actitud de Pollock ante la pintura, su desbordamiento del marco, como precursora inmediata de sus acciones.
Echo (number 25), se basa en una composición cerrada y uniforme que cubre casi ininterrumpidamente toda la superficie de la tela. Este sistema compositivo, denominado all over, implica, en primer lugar, que el goteado de la pintura semilíquida es el elemento clave, mientras la organización estructural de la imagen pasa a depender de él; y, en segundo lugar, que el cuadro desborda el marco y se concibe visualmente como parte de un conjunto potencialmente infinito. De hecho, Pollock, realizó esta serie en grandes lienzos desplegados por el suelo que luego recortaba en función del resultado, desbaratando de esta forma los sistemas de composición sobre un rectángulo predeterminado.
El ritual de la pintura se plantea, en opinión de Pollock, como un diálogo entre artista y obra: “mi pintura no nace en el caballete. Casi nunca, antes de comenzar a pintar, se me ocurre extender la tela sobre el bastidor, Sobre el suelo me siente más a gusto, mas cerca, más parte del cuadro; puedo caminar en torno suyo, trabajar por cuatro lados distintos, estar literalmente dentro del cuadro. Es un poco el método usado por ciertos indios del oeste que pintan con arena. Cuando estoy dentro del cuadro no me doy cuenta de lo que estoy haciendo. Sólo después de cierto período, empeñado, digámoslo así, en trabar conocimiento, consigo ver qué dirección he tomado. Y no tengo miedo de hacer cambios, ni siquiera de destruir la imagen porque sé que el cuadro tiene una vida propia y yo trato de sacarla afuera. Solamente cuando pierdo contacto con la tela el resultado es un desastre. De otro modo se establece un estado de pura armonía, de espontánea reciprocidad, y la obra sale bien”.
Ramírez, J. A. (director), Historia del Arte. Tomo 4. El mundo contemporáneo, Alianza Editorial, España, 2018, p. 347