INTERPRETACIONES DEL TERCER MUNDO
“Perdida esta connotación geopolítica, la división del mundo se ha empezado a caracterizar en términos más relacionados con el nivel de desarrollo económico.
Así es como toman mayor auge denominaciones como la de norte-sur, que resulta ser un concepto geográfico menos preciso todavía, pero que revela la fractura fundamental en el mundo actual: la existente entre países ricos (el norte) y países pobres (el sur). La vara de medir es geográfica, pero también económica: es la renta per cápita la que define ambos hemisferios y, salvo algunas excepciones (Oceanía, Suráfrica), la mayor concentración de riqueza se encuentra en el norte y en Occidente.
Pero no es esta la única tipología existente. En muchos informes de las Naciones Unidas sobre el “desarrollo humano” o de organismos como el Banco Mundial se insiste en conceptos más relacionados con el grado de desarrollo económico, medido con parámetros de los países occidentales y, por tanto, como un proceso por el que todos habrán de pasar. Esto permitiría diferenciar entre países desarrollados e industrializados, y los que se hallan “en vías de desarrollo” o “menos desarrollados”, en los que se agruparían todos los que antes se cobijaban bajo la noción de Tercer Mundo, aunque, como veremos, haya enormes diferencias internas dentro de esta agrupación genérica.
En todo caso, esta referencia al ámbito económico que se solapa con la división norte-sur permite subrayar una característica fundamental de los países del Tercer Mundo, cual es la del subdesarrollo. De hecho, gran parte de los análisis económicos y espaciales de la distribución de la riqueza a escala mundial insiste más en el concepto de subdesarrollo que en cualquier otro. Este término también fue acuñado en la inmediata posguerra, siendo usado por primera vez por el presidente estadounidense Truman en 1949, en el sentido de considerarlo un estadio previo al desarrollo. Más tarde, sería el economista norteamericano W. W. Rostow el que iba a realizar una exposición más detallada de este concepto en su conocido libro Las etapas del crecimiento económico (1952), al establecer los cinco grandes estadios o fases por las que debería discurrir la economía de todos los países del mundo. La caracterización que merecían las sociedades afroasiáticas era, en general, la de “tradicionales”. La vía propuesta para salir de esta situación era la de seguir pasos similares a los transitados por las economías industriales occidentales. En este sentido, si el Tercer Mundo se hallaba en una situación de atraso económico era preciso afrontar las reformas internas necesarias para lograr su modernización, a las que se agregarían las ayudas procedentes de los países adelantados.
La definición del Tercer Mundo como un área subdesarrollada dio lugar a la aparición de innumerables obras teóricas y políticas que versaban sobre las alternativas necesarias para combatir tal situación. Para algunos autores, fue el “desarrollo desigual” producido por el dominio colonial y la división internacional del trabajo el causante fundamental del subdesarrollo de estos países, ya que, obligados a participar en un mercado mundial surgido tras la descolonización, no disponían de los instrumentos necesarios para ello. Esto desembocaba en una continuidad del viejo colonialismo bajo formas nuevas de “neocolonialismo”, “dependencia” e “intercambio desigual” y en la postulación de alternativas políticas de carácter revolucionario, que replanteasen sobre nuevos fundamentos las relaciones de estos países con el mundo occidental. La floración de estudios y análisis de este tipo fue muy fecunda durante los años sesenta y setenta, en especial en América Latina, que fue donde mejor se formuló la “teoría de la dependencia” por parte de Raul Prebisch y muchos otros economistas reunidos en torno a la Comisión Económica para América Latina (CEPAL). En todas estas interpretaciones se ponía el acento, sobre todo, en las razones exógenas que explicaban el subdesarrollo del Tercer Mundo, lo que suponía cerrar las economías de estos países a la influencia externa, mediante una fuerte protección arancelaria.
Pero las cosas han cambiado mucho desde entonces. Con las primeras quiebras del propio concepto de Tercer Mundo se ha impuesto una visión menos intervencionista y más atenta a los problemas del mundo desarrollado y a los retos de una economía cada vez más globalizada. Un ejemplo elocuente de estos cambios lo constituye la figura de Fernando H. Cardoso, actual presidente de Brasil, quien en uno de sus más influyentes libros, Dependencia y desarrollo en América Latina (1978), proponía la búsqueda de “formas socialistas para la organización social del futuro”. Posición de “erudito izquierdista” —la definición es del historiador David Landes— que se halla bastante lejos de la política pragmática que ha aplicado en Brasil desde su llegada al ministerio de Economía en 1993 y a la presidencia en 1995, consistente en la progresiva apertura de la economía brasileña al mercado mundial.
El fracaso de muchas de estas teorías sobre la situación del Tercer Mundo y, sobre todo, la dificultad para hallar una solución de futuro a sus problemas es lo que explica que los países subdesarrollados se hayan abandonado parcialmente a su suerte y, al propio tiempo, que en muchos de ellos haya sido sustituido el socialismo modernizador y occidentalizador forjado en las luchas de liberación nacional por movimientos de carácter fundamentalista y antioccidental. Esto es lo que ha permitido a algunos autores, como Samuel Huntington, hablar del “choque de civilizaciones” como uno de los principales determinantes de la sociedad actual.
La noción de Tercer Mundo ya no significa actualmente lo mismo que en los años cincuenta y sesenta. Ha sido desbordada por la evolución histórica y enriquecida con otros conceptos menos geopolíticos y más económicos. A pesar de todo ello, se puede seguir empleando como una categoría histórica que engloba a ese enorme conjunto de la humanidad que, lograda su independencia política y una alianza estratégica en su diplomacia mundial, no es capaz de resolver el principal desafío de superar el umbral de pobreza y lograr una estabilidad económica para sus habitantes. Los obstáculos con los que el Tercer Mundo se debe enfrentar son enormes […].”
Villares, R., Bahamonde, A., El mundo contemporáneo. Del siglo XIX al XXI, Taurus, España, 504-508