GUATEMALA, LA UFCO. Y EEUU
Castillo Armas junto al Vicepresidente Nixon |
“[…] el gobierno de Eisenhower puso el punto de mira en la pequeña y pobre nación guatemalteca. Guatemala había sufrido la brutal dictadura de Jorge Ubico, también apoyado por Washington, a quien habían echado del poder en 1944. Antes de que el gobierno reformista llegara a la presidencia, el 2 por ciento de la población poseía el 60 por ciento de la tierra y el 50 tenía que conformarse con el 3. La mitad india de la población sobrevivía a duras penas con cincuenta céntimos de dólar al día. En 1950 los guatemaltecos eligieron al apuesto y carismático coronel Jacobo Árbenz Guzmán, de treinta y ocho años, en un proceso caracterizado por su limpieza.
En su discurso de toma de posesión, en 1951, Árbenz confirmó su compromiso con las reformas y la justicia social:
'Todas las riquezas de Guatemala no son tan importantes como la vida, la libertad, la dignidad, la salud y la felicidad del más humilde de sus habitantes [...]; debemos distribuir esas riquezas para que quienes menos tienen, la inmensa mayoría, se beneficien más, y quienes tienen más, tan solo unos pocos, se beneficien también, pero no tanto. ¿Cómo podría ser de otra manera dada la pobreza, mala salud y falta de educación de nuestro pueblo?'
Los medios norteamericanos tardaron poco en denunciar la «tiranía» comunista de Guatemala y empezaron su asalto mucho antes de que Árbenz tuviera tiempo de empezar siquiera a aplicar su programa. En junio The New York Times denunció «el cáncer de Guatemala» y habló de «profunda decepción y descorazonamiento ante la tendencia de la política guatemalteca» en los dos meses escasos que llevaba el coronel Árbenz en la presidencia. Los directores de los periódicos demostraron un particular resentimiento ante el aumento de la influencia comunista y lamentaron que la política del Gobierno guatemalteco corriera «paralela al imperialismo ruso en Centroamérica», o supusiera un «nuevo frente» de dicho imperialismo. Pocos meses después, The Washington Post publicó un editorial titulado «Cédula Roja en Guatemala», que decía que el nuevo presidente del Congreso de Guatemala era «partidario de la línea justa» del partido y despachaba a Árbenz como poco más que una herramienta de Moscú.
Prestando oídos sordos a las críticas, Árbenz se propuso modernizar la industria y la agricultura de Guatemala y desarrollar sus recursos minerales. Hacerlo era plantar cara a la poderosa United Fruit Company, que dominaba la economía del país. Llamada «el pulpo» por los guatemaltecos, a United Fruit extendía sus tentáculos a los ferrocarriles, los puertos, las navieras y, en especial, a las plantaciones de bananos. Árbenz anunció su intención de poner en marcha una profunda reforma agraria que empezaría con la nacionalización de más de cien mil hectáreas de la United Fruit, aunque la compañía no cultivaba más del 90 por ciento de esos terrenos. En conjunto, las doscientas cincuenta mil hectáreas de la empresa representaban aproximadamente una quinta parte de la tierra cultivable de Guatemala. Árbenz, basándose en la propia valoración, muy depreciada, de las tierras guatemaltecas en declaraciones previas, ofreció compensar a la empresa con seiscientos mil dólares.Pero la United Fruit pidió más. Árbenz planteó entonces la expropiación de otras ochenta mil hectáreas. [...]
Truman tenía muy presente a Guatemala, que también para él formaba parte de la amenaza comunista. En abril de 1952 organizó una cena a la que invitó a Anastasio Somoza, dictador de Nicaragua, que en Washington siempre había sido persona non grata. Somoza garantizó a los altos cargos del Departamento de Estado que si Estados Unidos le proporcionaba armas, él y el coronel Carlos Castillo, exiliado guatemalteco, se librarían de Árbenz. El gobierno de Truman decidió deshacerse del presidente de Guatemala en septiembre. Luego, sin embargo, en cuanto la decisión salió a la luz, tuvo que invertir el rumbo.
Eisenhower no tenía tantos escrúpulos. Nombró como embajador en Guatemala a Jack Peurifoy. Este, que no hablaba una palabra de español, había prestado servicio en Grecia, donde por su papel en la restauración de la monarquía se ganó el sobrenombre de «carnicero de Atenas» —todavía adornaba su despacho una foto de la familia real griega—, aunque su mujer tenía otro apodo para él:
[…] Árbenz invitó al nuevo embajador norteamericano y a su esposa a cenar. Estuvieron seis horas discutiendo sobre la influencia comunista en el Gobierno guatemalteco, la reforma agraria y el trato dado a la United Fruit. Peurifoy mandó al secretario de Estado Dulles un largo telegrama donde le relataba la discusión. Terminaba así: «Estoy convencido de que, si no lo es ya, el presidente se hará comunista en cuanto pase por aquí el primer comunista».
De acuerdo con la forma de pensar del embajador, era lo mismo que convertirse en una marioneta en manos de Moscú: «El Kremlin dirige el comunismo del mundo; y quien piense lo contrario no sabe de qué está hablando». En realidad, el comunismo guatemalteco era autóctono y el Partido Guatemalteco del Trabajo era independiente de la Unión Soviética. Los comunistas solo tenían cuatro de los cincuenta y seis escaños del Congreso y ningún cargo en el gabinete. El partido comunista tenía unos cuatro mil afiliados, Guatemala tres millones y medio de habitantes.
Sugerir que la United Fruit Company contaba con amistades en las altas esferas de la administración de Eisenhower es quedarse muy corto. Sullivan & Cromwell, el bufete de los hermanos Dulles, había redactado los contratos de 1930 y 1936 de la compañía con Guatemala; el subsecretario de Estado, Walter Bedell Smith, predecesor de Allen Dulles en la dirección de la CIA, se convertiría en vicepresidente de la empresa en 1955; John Moors Cabot, subsecretario de Estado para Asuntos Interamericanos, era uno de los mayores accionistas de la compañía; su hermano Thomas Dudley, director de asuntos relacionados con la seguridad internacional del Departamento de Estado, había sido su presidente; el general Robert Cutler, director del NSC, había sido presidente de su consejo de administración; John J. McCloy había formado parte de ese consejo; y Robert Hill, embajador en Costa Rica, se integraría en él algo más tarde.
[…]
A finales de enero de 1954 corrió el rumor de que Estados Unidos colaboraba con el coronel Castillo Armas en la organización de una fuerza invasora. El Gobierno guatemalteco solicitó entonces un cargamento de armas a Checoslovaquia. Y Estados Unidos denunció a voz en grito la injerencia soviética en el hemisferio. Alexander Wiley, presidente del Comité de Relaciones Exteriores del Senado, dijo que el cargamento presuntamente «masivo» formaba «parte de un plan maestro del comunismo mundial». El presidente de la cámara habló de bomba atómica en el patio trasero de Estados Unidos.
[…]
Entretanto, Peurifoy y demás funcionarios del Gobierno norteamericano libraban una enérgica campaña de desinformación y propaganda en Guatemala y en los estados vecinos a fin de desacreditar al gobierno de Árbenz y debilitarlo para que perdiera el poder. En junio de 1954, mercenarios entrenados por la CIA atacaron desde bases de Honduras y Nicaragua y recibieron apoyo aéreo de Estados Unidos. Cuando el impulso inicial del ataque se diluyó, Eisenhower proporcionó más aviones a Castillo Armas. […] El 27 de junio, Árbenz, comprendiendo que toda resistencia era inútil, entregó el poder a una junta militar encabezada por el jefe del Estado Mayor del Ejército. […] Castillo Armas, que había recibido instrucción militar en Fort Leavenworth, Kansas, volvió al país en un avión de la embajada norteamericana y se puso al frente del nuevo gobierno. Dulles se dirigió a los norteamericanos el 30 de junio para celebrar la victoria de la «democracia» sobre el «comunismo soviético». Afirmó que habían sido los propios guatemaltecos quienes habían «puesto remedio a la situación». […]
Poco después, Castillo Armas visitó Washington y dio fe de su lealtad a Richard Nixon. «Usted dígame lo que quiere que haga y lo haré», prometió. Recibió noventa millones de dólares en concepto de ayuda en dos años, ciento cincuenta veces más de lo que el gobierno reformista había obtenido en una década. Implantó una brutal dictadura militar y fue asesinado tres años después. La United Fruit recuperó sus tierras.
Dulles había dicho que el país se había salvado del «comunismo imperialista» y declaró la adición de «un nuevo y glorioso capítulo a la ya gran tradición de los Estados americanos». Un coronel de marines retirado que participó en la operación para derribar a Árbenz diría: «Nuestro “éxito” condujo a treinta y un años de gobierno militar represivo y a la muerte de más de cien mil guatemaltecos». Pero el precio en vidas humanas duplicó esa cifra. Árbenz fue muy optimista en sus predicciones. Los «veinte años de cruenta tiranía fascista» se convirtieron en realidad en cuarenta.
Mientras los mandatarios del gobierno de Eisenhower celebraban su victoria convencidos de que las operaciones encubiertas podían servir para deshacerse de gobiernos reformistas populares, otros extraían conclusiones muy distintas. Entre los testigos del «cambio de régimen» de Guatemala se encontraba un joven médico argentino llamado Ernesto Che Guevara que estaba en la capital para observar las reformas de Árbenz. Escribió a su madre desde la embajada argentina, donde se había refugiado durante la matanza posterior al golpe. En su opinión, Árbenz había cometido un grave error: «Podría haber entregado armas al pueblo, pero no quiso, y ya hemos visto los resultados».”
Stone, O., Kuznick, P., Historia silenciada de los Estados Unidos, La esfera de los libros, España, 2012, pp. 237-241