EL MAYO FRANCÉS: UNA REVOLUCIÓN SIN VÍCTIMAS


“[…] los años sesenta constituyeron al mismo tiempo una década con un profundo significado. El Tercer Mundo estaba sumido en la agitación, desde Bolivia hasta el sudeste de Asia. El «Segundo Mundo» del comunismo soviético se mantenía estable sólo en apariencia, y no por mucho tiempo […]. Y el principal poder de Occidente, convulsionado por asesinatos y disturbios raciales, empezaba a embarcarse en una guerra declarada en Vietnam. Los gastos de defensa estadounidenses aumentaron de forma constante a mediados de la década de 1960, y alcanzaron su máximo en 1968.

La guerra de Vietnam no generó divisiones en Europa —todo el espectro político mostró su desaprobación— pero sirvió como catalizador para la movilización del continente entero […].

[…] el descontento del momento tenía una dimensión económica, aunque muchos de los participantes todavía no fueran conscientes de ella. Aunque la prosperidad de las décadas de la postguerra todavía no había tocado a su fin y el desempleo se mantenía en unos mínimos históricos, el ciclo de disputas laborales que se produjeron en toda Europa occidental a principios de los años sesenta presagiaba los problemas que se avecinaban.

Detrás de estas huelgas, y de las que se producirían en 1968-1969, subyacía cierto descontento ante la bajada de los salarios reales, a medida que la ola de crecimiento de la postguerra empezaba a disminuir; pero la verdadera fuente del descontento eran las condiciones de trabajo; y, en particular, las relaciones entre los empleados y sus jefes.

[…]

El ejemplo más conocido de ello, lo ocurrido en Francia en la primavera de 1968, fue también el de menor duración. Su prominencia se debe más a su impacto y al especial simbolismo de la insurgencia en las calles de París que a sus efectos, nada duraderos. Los «Hechos de Mayo» comenzaron en otoño de 1967 en Nanterre, un lúgubre suburbio situado al oeste de París y emplazamiento de una de las ampliaciones más apresuradamente construidas de la vieja Universidad de París.

[…]

La administración académica de Nanterre se había mostrado reacia a provocar problemas por el cumplimiento de las normas, pero en enero de 1968 expulsaron a un «ocupa» y amenazaron con tomar medidas disciplinarias contra un estudiante legítimo, Daniel Cohn-Bendit, por insultar a un ministro del Gobierno durante una visita.

A continuación, se produjeron otras manifestaciones y, el 22 de marzo, tras el arresto de unos radicales estudiantiles que habían atacado el edificio de American Express en el centro de París, se organizó un movimiento, uno de cuyos líderes era Cohn-Bendit. Dos semanas después el campus de Nanterre se cerró debido a posteriores enfrentamientos de los estudiantes con la policía, y el movimiento —y la acción— se trasladó a los venerables edificios de la Sorbona y sus alrededores, en el centro de París.

[…]

La ocupación estudiantil de la Sorbona y las posteriores barricadas y choques con la policía, especialmente de las noches del 10 al 11 y del 24 al 25 de mayo, los llevaron a cabo representantes de la Jeunesse Communiste Révolutionnaire (trotskista), así como por representantes de sindicatos establecidos de estudiantes y de jóvenes profesores universitarios. Pero la retórica marxista que acompañó todo ello, aunque familiar, enmascaraba un espíritu esencialmente anarquista cuyo objetivo inmediato consistía en la eliminación y la humillación de la autoridad.

En este sentido, como los dirigentes del desdeñoso Partido Comunista Francés se preocupaban con toda razón de reiterar, aquello era una fiesta, no una revolución. Tenía el simbolismo de una revuelta tradicional francesa—manifestantes armados, barricadas callejeras, ocupación de edificios y enclaves estratégicos, exigencias y contra exigencias políticas— pero carecía de su fundamento. Los jóvenes que integraban las multitudes estudiantiles eran en su mayoría de clase media —de hecho, muchos de ellos pertenecían a la burguesía parisina: los fus á papa (hijos de papá), como el líder del PCF Georges Marcháis los denominó despectivamente—. […]

[…]

Los disturbios y ocupaciones estudiantiles habían encendido la chispa de una serie de huelgas y encierros en lugares de trabajo que a finales de mayo tenían prácticamente paralizada a toda Francia. Algunas de las primeras protestas —la de los reporteros de la Televisión y Radio Francesa, por ejemplo— se dirigían contra sus responsables políticos por censurar la cobertura del movimiento estudiantil y, en particular, la excesiva brutalidad de algunos policías antidisturbios. Pero a medida que la huelga general se extendió a las fábricas de aviones de Toulouse, las industrias petroquímicas y, lo que resultaba aún más alarmante, a las inmensas factorías de Renault de los alrededores del propio París, empezó a quedar claro que estaba en juego algo más que unos cuantos miles de estudiantes exaltados.

Las huelgas, las sentadas, las ocupaciones de oficinas y las manifestaciones y marchas de las que iban acompañadas constituyeron el mayor movimiento de protesta social de la Francia moderna […]

[…] el anciano De Gaulle, por primera vez desde 1958, no supo interpretar el giro de los acontecimientos. Su respuesta inicial había sido pronunciar un ineficaz discurso televisado y a continuación desaparecer de la vista.

[…]

A fínales de mayo De Gaulle anunció unas elecciones anticipadas, e hizo un llamamiento a los franceses para que eligieran entre el Gobierno legítimo y la anarquía revolucionaria.

Como inicio de su campaña electoral, la derecha escenificó una enorme contramanifestación. Mucho mayor incluso que las manifestaciones estudiantiles de dos semanas atrás, las multitudes que desfilaron por los Campos Elíseos el 30 de mayo desmintieron la afirmación de la izquierda de que las autoridades habían perdido el control. La policía recibió instrucciones de reocupar los edificios universitarios, las fábricas y las oficinas. En las elecciones parlamentarias posteriores, los partidos gaullistas en el poder obtuvieron una aplastante victoria, en la que aumentaron sus votos en más de una quinta parte y se aseguraron una abrumadora mayoría en la Asamblea Nacional. Los trabajadores volvieron al trabajo. Los estudiantes se fueron de vacaciones.

Los Hechos de Mayo en Francia tuvieron un impacto psicológico absolutamente desproporcionado en relación con su verdadera significación. Se trataba de una revolución desarrollada aparentemente en tiempo real y ante una audiencia televisiva internacional. Sus líderes eran maravillosamente telegénicos; jóvenes atractivos y elocuentes que dirigían a la juventud francesa […].

Por encima de todo, los Hechos de Mayo en Francia fueron curiosamente pacíficos para los niveles de turbulencia revolucionaria del resto del mundo, o del propio pasado de Francia. La violencia contra la propiedad privada fue bastante frecuente, y algunos estudiantes y policías tuvieron que ser hospitalizados después de la «noche de las barricadas» del 24 de mayo. Pero ambos bandos se contuvieron. En mayo de 1968 no murió ningún estudiante; los representantes políticos de la República no fueron asaltados, y sus instituciones nunca fueron seriamente cuestionadas (a excepción del sistema universitario francés, donde empezó todo, que, a pesar de las continuas interrupciones internas y el descrédito que sufrió, no experimentó ninguna reforma significativa). Los radicales de 1968 imitaron hasta el extremo de la caricatura el estilo y el atrezo de revoluciones pasadas […] 1968 rápidamente entró a formar parte de la mitología popular como objeto de nostalgia, una lucha estilizada en la que las fuerzas de la vida, la energía y la libertad se contraponían al adormecimiento y el embotamiento de los hombres del pasado. Algunos de los rostros más populares de mayo del 68 continuaron con carreras políticas convencionales. Alain Krivine, el licenciado universitario que se convirtió en el líder carismático de los estudiantes trotskistas es hoy, cuarenta años después, el líder sexagenario del partido trotskista más antiguo de Francia. Daniel Cohn-Bendit, expulsado de Francia en mayo, se convertiría después en un respetado concejal municipal de Francfort y más adelante en el representante del Partido de los Verdes en el Parlamento Europeo.

[…]

Sería por tanto una revolución sin víctimas, lo que al final significó que no fuera para nada una revolución.”

Judt, Tony, Posguerra. Una historia de Europa desde 1945, Taurus, Madrid, 2006,pp. 593-601

Entradas populares