EL AUGE DEL NACIONALISMO ÁRABE: GAMAL ABDEL NASSER


“En la década de 1940, el deseo común de todos los pueblos árabes consistía en verse libres de la dominación colonial, pero ahora tenían aspiraciones políticas más ambiciosas. La mayoría de las gentes del mundo árabe creían hallarse unidas por una lengua, una historia y una cultura comunes, elementos todos ellos fundados en el pasado islámico que compartían, lo que daba lugar a una cultura común tanto a musulmanes como a no musulmanes. Los árabes querían disolver las fronteras diseñadas por las potencias imperiales para dividirles y levantar una nueva comunidad económica árabe basada en los profundos vínculos históricos y culturales que unían a los distintos pueblos que integraban el mundo árabe.

Creían asimismo que la única forma de recuperar la pasada grandeza árabe en el escenario mundial pasaba por restaurar su anterior unidad. Movidos por esa idea se echarían a la calle, a millares, para protestar contra el imperialismo, para censurar los fallos de sus diferentes Gobiernos y para exigir la unidad árabe.

Egipto se hallaba en muchos sentidos a la vanguardia de estas inquietudes. […]

Las manifestaciones eran un reflejo de la impaciencia de los habitantes de Egipto, que anhelaban un cambio. Tras el desastre palestino, los egipcios —que habían quedado desencantados con los partidos políticos, y a quienes el rey Faruq había desilusionado notablemente— comenzarían a mostrarse cada vez más intolerantes con la posición británica en su país. El período de la posguerra era un período marcado por la descolonización, y los británicos llevaban ya mucho tiempo abusando de la hospitalidad de Egipto.

[…]

Pese a que en el año 1952 eran muchos los que hablaban de revolución en Egipto, únicamente un pequeño grupo de oficiales del ejército se dedicaba realmente por entonces a conspirar en serio para derrocar al Gobierno. Se autodenominaban los Oficiales Libres, y su líder era un joven coronel llamado Gamal Abdel Nasser. Lo que fraguaba la unión de los Oficiales Libres era su patriotismo y la firme convicción de que tanto la monarquía egipcia como su Gobierno parlamentario habían defraudado al país. […] El movimiento de los Oficiales Libres se había puesto inicialmente en marcha para oponerse al imperialismo británico en Egipto. Con el tiempo, sus integrantes comenzaron a comprender que el principal obstáculo para la concreción de sus aspiraciones —es decir, para alcanzar una situación de total independencia respecto de Gran Bretaña— era en realidad el sistema político entonces vigente en Egipto.

[…]

Los Oficiales Libres habían llegado a un punto en el que ya no había marcha atrás. Los riesgos de conspirar contra el régimen eran muy elevados. Los Oficiales Libres sabían que deberían hacer frente a cargos de traición en caso de que su intentona fracasara. Repasaron sus planes con todo cuidado: tenían que ocupar simultáneamente la emisora de radio y el cuartel general del ejército; conseguir que las unidades del ejército leales al régimen terminaran alineándose con su organización; adoptar las medidas pertinentes para garantizar la seguridad pública y evitar una intervención extranjera. Eran muchos los detalles que debían disponerse adecuadamente antes de que sonara la fecha del golpe: el 23 de julio de 1952. […]

A pesar de sus dudas y temores, los Oficiales Libres conseguirían orquestar un golpe de mano sin provocar prácticamente ningún derramamiento de sangre. […]

El rey Faruq y su Gobierno se desmoronaron por completo ese 23 de julio. […]”

Rogan, Eugene, Los árabes. Desde el Imperio Otomano a la actualidad, Editorial Crítica, España, 2018, pp. 430-439

 

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