AFGANISTÁN "UN CENAGAL A LA VIETNAMITA" PARA LOS SOVIÉTICOS


“A fines de diciembre de 1979 los rusos entraban con sus tropas en Afganistán, un país con el que siempre habían practicado una política de buena vecindad (Jrushchov y Bulganin habían visitado Kabul en 1955).

La monarquía, representada por el rey Zahir, fue derribada en 1973, después de una hambruna que causó decenas de miles de muertos, en un movimiento dirigido por el general Daoud, pariente cercano del rey, que había gobernado el país como primer ministro entre 1953 y 1963. Este instaló una república con un programa modernizador, asociado a una parte del Partido Democrático del Pueblo Afgano, que se proclamaba comunista. Al propio tiempo surgía en la Facultad de teología de la Universidad de Kabul un grupo islamista, que más adelante adoptaría el nombre de Jamiat i-Islami, inspirado en la Hermandad Musulmana.

Daoud había intentado años atrás una aproximación a los Estados Unidos, a quienes pedía ayuda militar y apoyo en sus disputas fronterizas con Pakistán, destinadas a recuperar las tierras de etnia pashtun que los ingleses habían incorporado a su colonia de la India, pero fue rechazado por estos y optó por fortalecer la relación con la Unión Soviética, que de 1955 a 1978 proporcionó a los afganos una considerable ayuda militar y económica. A partir de 1975 trató de emanciparse de la tutela soviética, con un acercamiento a Irán; pero el ejército estaba ya penetrado por militantes comunistas, que el 27 de abril de 1978 dieron un golpe que, tras asesinar a Daoud y a dieciocho miembros de su familia, llevó al poder al Khalq, la facción más radical de los comunistas y a dieciocho miembros de su familia, llevó al poder, dirigida por Nur Muhammad Taraki y por Hafizullah Amin, quienes procuraron marginar al ala más moderada, conocida como el Parcham […].

En junio de 1979 el gobierno del Khalq inició la persecución y liquidación física de sus presuntos opositores y se lanzó a una política radical con la que no estaban de acuerdo los rusos, que pensaban que una sociedad de campesinos analfabetos en que predominaba el islam no estaba preparada para los grandes cambios que los comunistas locales querían introducir de súbito, y temían las consecuencias que todo ello podía tener, en momentos en que la revolución iraní comenzaba a crearles nuevos problemas en su frontera del sur.

En marzo de 1979 comenzaron en la región predominantemente chií de Herat movimientos de revuelta islamista, protagonizados por una fuerza nueva en Afganistán, que tenía el apoyo de Irán y explotaba el descontento campesino contra el gobierno central […].

Sabiendo que los soviéticos estaban preocupados por lo que ocurría en Afganistán, la CIA, que había establecido ya en 1978 contactos con los islamistas afganos a través de los servicios secretos de Pakistán, recomendó desde comienzos de marzo de 1979 que se ayudase a los grupos islamistas, una opción que apoyaban el subsecretario de Defensa norteamericano, Walter Slocumbe, quien especulaba con la posibilidad de que la insurgencia afgana «metiese a los soviéticos en un cenagal a la vietnamita» […]

Brzezinski[i] pensó que convenía buscar el apoyo de los grupos islamistas, incitándoles a una especie de guerra santa preventiva. El 2 de febrero de 1979, en un informe al presidente [Carter], sostenía que los movimientos islamistas del Oriente Próximo no eran de temer, sino que podían convertirse en una «potente fuerza política de cambio» y que convenía apoyarlos, no solo para impedir que los soviéticos se impusieran en Afganistán, sino para causarles problemas en las repúblicas de Asia central. […]

Ante las dificultades con que se encontraba, el régimen de Kabul había pedido ayuda a Moscú. Los soviéticos enviaron inicialmente armas y asesores, pero no deseaban implicarse directamente, sino que pidieron a los gobernantes afganos que frenasen la política de reformas que creaba malestar en los islamistas y formasen un gobierno de coalición con miembros del Parcham[ii] e incluso, si era posible, con representantes de algunos grupos islamistas moderados.

Amin no solo rechazó estos consejos, sino que prosiguió con una política represiva que llevó a la emigración de grandes masas de islamistas a Irán y a Pakistán. […]

El nuevo embajador ruso en Kabul avisaba que la situación era grave: el clero islámico, los campesinos y las tribus estaban contra Amin, que no tenía a su alrededor más que lacayos que repetían consignas sobre la construcción del socialismo y la dictadura del proletariado.

[…] Los tres políticos que, mientras Brézhnev estaba enfermo, se ocupaban del gobierno de la URSS —la troika que formaban Gromyko, Andropov y Ustinov—, decidieron, en unos momentos en que la distensión con los Estados Unidos parecía acabada, que si se quería evitar que en el futuro los norteamericanos instalasen sus misiles en Afganistán, era indispensable eliminar a Amin, invadir Afganistán y colocar en el poder un régimen más moderado que fuese capaz de devolver la estabilidad al país. Hubo entre los dirigentes soviéticos quienes señalaron que aquella era una aventura sin sentido, puesto que no había en Afganistán las condiciones necesarias para emprender una política modernizadora, y que era imposible realizar este tipo de cambios con el apoyo de una fuerza militar. […]

Se infiltró en Kabul a comandos de la KGB que atacaron el palacio en que residía Amin y lo ejecutaron el 27 de diciembre de 1979, mientras las tropas rusas entraban en el país y Babrak Karmal se proclamaba primer ministro y presidente, e iniciaba una política de tolerancia y de reformas sociales que le enfrentó a los grupos islámicos, que comenzaron a organizar guerrillas contra un gobierno que pretendía cambios tales como que las mujeres aprendieran a leer. La intención de los soviéticos no era la de asentar un régimen comunista en el país, sino tan solo la de asegurar en él un gobierno estable, para lo cual emprendieron un programa de nation-building, enviando equipos de asesores y proporcionando ayuda económica, de acuerdo con los propios militares, que entendían que esa era una guerra que no podía ganarse tan solo por las armas.

Cuando se produjo la invasión soviética, Carter, que había contribuido a provocarla, declaró que era «la más seria amenaza a la paz desde la segunda guerra mundial». […] Una consideración que ayuda a entender que replicase con una política que quería ser enérgica, suspendiendo las ventas de cereales a la URSS, lo que perjudicó a los agricultores norteamericanos que exportaban sus excedentes, y negándose a presentar a ratificación el SALT II, acompañada de gestos tan ridículos como el de tratar que el Comité Olímpico Internacional cambiase el lugar de celebración de las olimpiadas que habían de desarrollarse en Moscú en 1980.

El 23 de enero de 1980, dentro de su discurso sobre el estado de la Unión, el presidente norteamericano formuló la llamada «doctrina Carter», que sostenía que «un intento por parte de cualquier fuerza exterior de ganar el control del golfo Pérsico será considerado como un ataque a los intereses vitales de los Estados Unidos y será rechazado por todos los medios necesarios, incluyendo la fuerza militar».

En febrero de 1980 Brzezinski viajó a Pakistán para establecer acuerdos con el dictador Zia-ul-Haq con el fin de que diese pleno apoyo a los islamistas afganos, y pasó en su regreso por la Arabia Saudí, donde se llegó a un acuerdo para que los saudíes colaborasen en la ayuda a los mujahidin invirtiendo una suma equivalente a la que aportarían los norteamericanos, lo que vino a significar que cada uno de los dos «socios» gastase a la larga más de 3.000 millones de dólares en la financiación de la guerrilla.

[...]

Años más tarde Brzezinski, que se envanecía de que esta fue la primera ocasión en la guerra fría en que los Estados Unidos adoptaron una política de apoyo a acciones encaminadas a matar soldados soviéticos, pero mentía al sostener que se había iniciado en respuesta a la invasión rusa —un afirmación que él mismo iba a contradecir en 1998—, resumía así la estrategia global de la aventura afgana: «La administración Carter no solo decidió de inmediato apoyar a los mujahidin, sino que organizó una coalición que abarcaba Pakistán, China, Arabia Saudí, Egipto y Gran Bretaña en favor de la resistencia afgana. De igual importancia fue la garantía pública norteamericana de la seguridad de Pakistán contra cualquier ataque militar soviético, con lo que se creó un santuario para las guerrillas».

De este modo el presidente que había prometido no embarcar a su país en nuevos Vietnam, lo llevó a la aventura de Afganistán, que se ha convertido en la guerra más larga que los Estados Unidos hayan sostenido en toda su historia, y que sigue sin resolverse treinta años después.”

Fontana, Josep, Por el bien del Imperio. Una historia del mundo desde 1945, Ediciones Pasado y Presente, España, 2011, pp. 381-384


[i] 1928-2017, Politólogo estadounidense de origen polaco. Fue consejero de Seguridad Nacional del gobierno del presidente Jimmy Carter (1977-1981)

[ii] Ala moderada del Partido Democrático Popular de Afganistán

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