LA VISIÓN SOVIÉTICA DEL ORDEN DE POSGUERRA
"El proyecto soviético para el orden de la posguerra nació también de unos temores profundamente enraizados acerca de la seguridad del país. Como en el caso de Estados Unidos, esos temores se habían refractado a través de los filtros de la historia, la cultura y la ideología. El recuerdo que tenían los soviéticos del sorpresivo ataque de Hitler de junio de 1941 era tan vivido como el recuerdo que los norteamericanos conservaban de Pearl Harbor, aunque mucho más aterrador. No podía ser de otra manera en una tierra que había sufrido tantas y tan terribles pérdidas. De las quince repúblicas soviéticas, nueve habían sido ocupadas, totalmente o en parte, por los alemanes. Pocos eran los ciudadanos que no se habían visto afectados personalmente por la que habían sacralizado con el nombre de «La Gran Guerra Patriótica». Casi todas las familias habían perdido a algún ser querido; la mayoría de ellas, a varios. Además de los millones de vidas humanas segadas por el conflicto, 1.700 ciudades, más de 70.000 pueblos y aldeas y 31.000 fábricas habían sido destruidos. Leningrado, la ciudad, histórica por antonomasia del país, sufrió un prolongado asedio que se cobró más de un millón de víctimas. La invasión alemana causó estragos también en la base agrícola de la nación destruyendo millones de hectáreas de cultivos y causando la muerte de decenas de miles de cabezas de ganado, cerdos, ovejas, cabras y caballos.
Los recuerdos candentes del ataque y la ocupación alemana
se mezclaban con otros recuerdos
anteriores -los de la invasión alemana durante la Primera Guerra Mundial, los
de la intervención de los aliados
durante la guerra civil rusa o los del intento de conquista de Rusia por parte de Napoleón a comienzos
del siglo anterior-, despertando en los líderes soviéticos una verdadera obsesión por asegurar la protección de
su patria de futuras violaciones territoriales
[…]
Convencido de que los
alemanes se recuperarían pronto y
volverían a constituir una amenaza
para la Unión Soviética, Stalin consideraba imprescindible tomar las medidas necesarias para asegurar la futura
seguridad de su país mientras el mundo era todavía maleable. Esa seguridad exigía, como mínimo,
instaurar gobiernos sumisos
en Polonia y en
otros estados clave de Europa del Este, devolver las fronteras soviéticas a la
situación prerrevolucionaria -lo cual
significaba la anexión permanente de los estados bálticos y la zona oriental de la Polonia
de preguerra- y maniatar a Alemania impidiendo sistemáticamente su industrialización e imponiéndole un duro
régimen de ocupación y la obligación
de pagar unas reparaciones cuantiosas. Éstas podrían contribuir además a la reconstrucción masiva que debía abordar la Unión Soviética
en su esfuerzo por recuperarse de los estragos de la guerra.
Sin embargo, esos planes, aunque basados en la
vieja fórmula de lograr seguridad por medio de la expansión, tenían que
equilibrarse con el deseo de
preservar el marco de colaboración con Estados Unidos y Gran Bretaña, un marco desarrollado, aunque
de forma imperfecta, durante los años de guerra.”
FUENTE: R. McMahon, La Guerra Fría. Una breve introducción, Alianza Editorial, Madrid, 2009, pp. 26-29