EL GRAN «BOOM»: EL CAPITALISMO ENTRE 1948-1973
“[…] resulta sobremanera notable el gran boom que duró desde 1948 hasta 1973
Las tasas de crecimiento eran fenomenales y sin precedentes. La producción económica estadounidense total era tres veces mayor en 1970 que en 1940. La producción industrial alemana se quintuplicó entre 1948 y 1970, mientras que la francesa se cuadruplicó. Se ampliaron viejos sectores y aparecieron otros nuevos, con plantas fabriles gigantescas que empleaban a cientos, miles e incluso decenas de miles de trabajadores. Las fábricas de automóviles en particular, con la producción en cadena para un mercado de masas creciente, simbolizaba una nueva economía del consumidor. Estados Unidos llegó a tener 70 millones de trabajadores empleados en la industria
El desempleo disminuyó en todo el mundo desarrollado, al 3 por 100 en Estados Unidos, al 1,5 por 100 en Gran Bretaña, al 1 por 100 en Alemania. Nuevos trabajadores se incorporaron a los lugares de trabajo. Los afroamericanos emigraron de las explotaciones agrícolas del Sur a las fábricas del Norte. Los campesinos italianos abandonaban los campos empobrecidos de Sicilia para trabajar en Turín o en Milán. Decenas de miles de turcos encontraron. trabajo en las fábricas de automóviles de Colonia [Alemania Occidental], argelinos en los hoteles de París, panyabíes en las fábricas textiles británicas. La demanda de mano de obra era tan grande que también las mujeres se incorporaron a la fuerza de trabajo en una proporción sin precedentes en tiempos de paz. En 1950 solo trabajaba en Gran Bretaña una de cada cinco mujeres casadas; a partir de entonces la proporción fue creciendo continuamente, pasando a dos de cada cinco en 1970 y tres de cada cinco en 2000. Aumentaron los salarios y el nivel de vida. Las familias obreras compraban aspiradoras, lavadoras, frigoríficos, televisores y automóviles de segunda mano.
Se construyeron estados del bienestar «desde la cuna hasta la tumba». Los gobiernos invertían grandes cantidades en empleos en el sector público, alojamientos sociales, hospitales públicos, nuevas escuelas y asistencia para los pobres. Nació la cultura joven, porque por primera vez los jóvenes disponían de suficiente independencia, ingresos y libertad para no trabajar que les permitían cultivar su propia forma de vestir, su música y sus aficiones. Las altas tasas de crecimiento, el rápido aumento del nivel de vida, un ciclo económico cuyas ocasionales recesiones eran tan leves como para apenas notarse, todas esas cosas les hicieron creer a muchos que el capitalismo había resuelto sus problemas y ahora podía ofrecer una prosperidad sin fin y creciente para todos. […]
Los académicos daban lustre intelectual a la nueva era de «abundancia de masas». Los sociólogos hablaban del «aburguesamiento» del «obrero enriquecido», cómodo, seguro, satisfecho y a quien por tanto ya no le interesaba la política de clase, sino solo el estilo de vida. […]
Pero las contradicciones del capitalismo no habían sido abolidas. El boom descansaba sobre unos cimientos inestables y era insostenible a largo plazo. De hecho era producto de tres factores, todos ellos derivados de la Segunda Guerra Mundial: gasto en armamento, gestión pública y militancia de la clase obrera.
El gasto en armamento, aunque disminuyó después de 1945, seguía siendo excepcionalmente alto debido a la Guerra Fría. Los contratos estatales proporcionaban a un montón de grandes corporaciones del sector ventas y beneficios garantizados. Una vez que se firmaba un contrato, la inversión en la producción de armas, incluida la investigación y desarrollo, carecía prácticamente de riesgos. Su efecto multiplicador significaba que el boom en la producción de armas estimulaba el conjunto de la economía, ya que sus fabricantes compraban materias primas, componentes, energía y diversos servicios a otros capitalistas, y los trabajadores de la industria armamentística gastaban sus salarios en una amplia variedad de bienes de consumo. […]
El segundo factor era el mayor papel económico en general del estado. Los estados de posguerra, además de comprar armas, nacionalizaron importantes industrias, construían infraestructuras, ampliaban la mano de obra pública y redistribuían los ingresos en forma de subsidios, pensiones y el «salario social» representado por los hospitales, escuelas y otros servicios públicos. Esto también proporcionaba mercados y beneficios a los capitalistas, por ejemplo a las empresas que construían alojamientos sociales, las compañías farmacéuticas que suministraban medicinas a los hospitales públicos o las fábricas que construían vías férreas para las redes ferroviarias nacionalizadas. Ahí también funcionaba un efecto multiplicador.
Este factor estaba estrechamente relacionado con el tercero: la militancia de una clase obrera radicalizada por la depresión y la guerra. La clase dominante sabía que la Primera Guerra Mundial había acabado con una oleada revolucionaria entre 1917 y 1923. Sabía que la depresión económica del periodo de entreguerras había estimulado nuevos levantamientos revolucionarios, como los de Francia y España en 1936. Sabían también que la clase obrera europea había salido de la Segunda Guerra Mundial amargada por el recuerdo de las colas del paro y la pobreza de entreguerras, pero también dotada de mayor poder por el pleno empleo en las economías de guerra de 1939-45. La amenaza comunista de posguerra podía haberse difuminado, pero las reivindicaciones de planificación y bienestar de la izquierda se habían universalizado en una clase obrera europea decidida a no regresar a las penalidades de la década de 1930. […]
El plan Marshall de posguerra tenía motivos similares: detener la expansión del comunismo aliviando el malestar social. El capitalismo europeo sobrevivió tras la Segunda Guerra Mundial gracias a los créditos estadounidenses para financiar la inversión, mantener el pleno empleo y construir estados del bienestar. El efecto económico combinado de la
«economía armamentística permanente» y el «consenso del estado del bienestar» fue un boom alimentado desde el estado que permitió al capitalismo crecer a una velocidad sin precedentes durante toda una generación. Pero aquello no podía, durar y no duró. Las contradicciones del sistema se mitigaron durante un tiempo, pero no se habían resuelto y a finales de la década de 1960 el capitalismo occidental estaba entrando, […] en una nueva fase de crisis.”
FUENTE: N. Faulkner, De los neandertales a los neoliberales. Una historia marxista del mundo, Barcelona, Pasado & Presente, pp. 400-403