LA DOCTRINA REAGAN Y EL TERCER MUNDO


"El gobierno de Reagan consideraba que la causa subyacente de las tensiones que aquejaban al Tercer Mundo era la Unión Soviética en lugar de ser factores locales como la pobreza, la superpoblación, la corrupción política y otros similares. La gente de Reagan creía que la Unión Soviética estaba decidida a aumentar su influencia en el Tercer Mundo, ya fuera mediante la acción directa o «por poderes».

Así pues, en vez de cooperar con la Unión Soviética para resolver las crisis del Tercer Mundo, como al principio intentó hacer el gobierno de Cárter, el de Reagan pretendió anular los avances que habían hecho los soviéticos en las naciones subdesarrolladas y con tal fin apoyó abiertamente o de forma encubierta a las fuerzas que luchaban contra los regímenes marxistas. El gobierno se propuso superar el «síndrome» de Vietnam, a causa del cual la intervención estadounidense en el Tercer Mundo había sido sumamente impopular entre los ciudadanos y en el Congreso.

En Polonia, la CIA facilitó ayuda económica encubierta al movimiento sindical Solidaridad, dirigido por Lech Walesa. En Angola, Estados Unidos empezó a ayudar a las fuerzas de UNITA que bajo el mando de Jonas Savimbi trataban de derrocar el gobierno marxista del país, al que apoyaban los cubanos. La CIA también envió armas y ayuda económica por valor de más de 2.000 millones de dólares a los guerrilleros muyahidín que luchaban contra el gobierno marxista de Afganistán.

Pero la región del Tercer Mundo por la que más se interesó el gobierno de Reagan fue América Central y el Caribe. Como en otras partes del Tercer Mundo, Reagan no tuvo en cuenta la opinión de quienes decían que la inestabilidad política de la región obedecía a causas locales, esto es, que era consecuencia de los bajos precios de las materias primas, la injusta distribución de la tierra y los extremos de riqueza y pobreza. Aunque el gobierno de Reagan, por medio de la Iniciativa para la Cuenca del Caribe, ofreció ayuda monetaria como incentivo para la reforma económica de la región, dicha ayuda, que se proporcionó principalmente por medio de la empresa privada, fue tan pequeña que casi no surtió efecto.

En vez de prestar atención a las condiciones locales, Reagan achacó los problemas de América Central al virus externo del comunismo, propagado e instigado por los soviéticos y sus agentes cubanos. El presidente advirtió que por medio de la creación de regímenes marionetas en América Central, Moscú y La Habana pretendían cortar la comunicación de Estados Unidos con el resto del mundo. Lo que se necesitaba para combatir la amenaza no era más ayuda económica, sino ayudar militarmente a los elementos antimarxistas de la región.

La aplicación más conspicua de la Doctrina Reagan tuvo lugar en la isla caribeña de Granada. El 22 de octubre de 1983, el presidente aprovechó el derrocamiento y asesinato del líder marxista de dicho país, Maurice Bishop, por otra facción marxista, como excusa para enviar 1.900 soldados norteamericanos con la misión de liberar Granada de «una brutal banda de matones izquierdistas». […].

Después de que las tropas norteamericanas derrotaran rápidamente a las fuerzas marxistas, se restauró el gobierno representativo en la isla. Reagan se jactó de haber eliminado el síndrome de Vietnam al demostrar que Estados Unidos se opondría, con la fuerza militar si hacía falta, a la expansión del comunismo en el hemisferio. […]

La mayor preocupación del gobierno de Reagan, sin embargo, no era Granada, sino Nicaragua. De hecho, el derrocamiento del gobierno sandinista de Nicaragua, cuyo presidente era Daniel Ortega, se convirtió en una obsesión personal de Reagan. En diciembre de 1981 el presidente autorizó que se destinaran 19 millones de dólares a ayudar a una fuerza militar integrada por 500 hombres, la llamada «contra», que se encargaría de sabotear la economía nicaragüense como preludio del derrocamiento del gobierno sandinista. Los sandinistas respondieron declarando el estado de excepción, solicitando ayuda soviética para combatir a la contra y pidiendo al Tribunal Internacional que frenase a Estados Unidos. El Tribunal condenó a Estados Unidos por sus agresiones a Nicaragua, y el gobierno de Reagan revocó una promesa de 1946 en el sentido de que Estados Unidos aceptaría la jurisdicción obligatoria del tribunal en tales casos. Además, Washington intensificó la ayuda a la contra.

El Congreso se opuso a una mayor intervención de Estados Unidos en el conflicto de Nicaragua. […]. Cuando en 1982 algunos diputados hicieron preguntas sobre el alcance y el propósito de las operaciones encubiertas de Estados Unidos en Nicaragua, William Casey, el director de la CÍA, mintió y dijo que ni el gobierno de Reagan ni la contra pretendían derrocar el régimen sandinista.

El Congreso respondió aprobando la primera de una serie de enmiendas […]. La primera enmienda […], limitó la ayuda que la CÍA prestaba a la contra a 24 millones de dólares y afirmó que ni un solo dólar podía utilizarse para derrocar al gobierno nicaragüense. A principios de abril de 1984 elementos norteamericanos al servicio de la CÍA minaron los puertos de Nicaragua, lo cual hizo que el Congreso aprobara una enmienda aún más restrictiva que prohibía a la CÍA o a «cualquier otro organismo o entidad que participe en actividades de espionaje» ayudar a la contra. Ed Boland consideró que la prohibición era «hermética y sin excepciones».

En respuesta a las enmiendas de Boland, miembros del Consejo de Seguridad Nacional encabezados por Oliver North […] intentaron birlar las restricciones del Congreso a la ayuda militar a la contra. Durante la primavera y el inicio del verano de 1986, North trató de llevar a cabo la «Operación Rescate», que requería la venta secreta de armas a Irán en un intento de liberar a los rehenes norteamericanos que estaban en poder de terroristas pro iraníes en Líbano. Los beneficios obtenidos de la venta de las armas se desviaron hacia la contra. Sin embargo, al derribar los sandinistas un avión de transporte norteamericano el 5 de octubre de 1986, la maniobra secreta Irán-contra salió rápidamente a la luz. Después de una serie de sesiones en el Congreso, un gran jurado(*) acusó a McFarlane, North, Poindexter y otras personas envueltas en el asunto.

McFarlane declaró más adelante que había tenido bien informados de la operación Irán-contra al presidente Reagan, al vicepresidente, George Bush, al secretario de Estado, George Shultz, y al ministro de Defensa, Gaspar Weinberger. Shultz advirtió en persona al presidente que su orden de burlar al Congreso solicitando fondos extranjeros podía constituir un «delito susceptible de impeachment». Reagan respondió que si alguna vez se sabía lo ocurrido, «nos colgarán a todos de los pulgares enfrente de la Casa Blanca». Más adelante Reagan admitió que había autorizado el envío de armas a Irán, supuestamente para influir en los elementos moderados del gobierno iraní, pero negó toda participación en el traspaso ilegal de los beneficios de la venta de armas a la contra. North, en sus memorias, argüyó que «el presidente no siempre estaba al corriente de todo».”

FUENTE: R. E. Powaski, La Guerra Fría. Estados Unidos y la Unión Soviética, 1917-1991, Crítica, Barcelona, 2000, pp. 288-291

 

(*) Jurado cuya función es evaluar las pruebas que el juez de instrucción presenta contra una persona y decidir si hay que proceder o no a acusarla formalmente. (N. del T)

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